Aunque usted, amigo lector, no profese el catolicismo, le comparto que una mezcla de tristeza, alegría y nostalgia embarga a quienes conocemos a monseñor Salvador Cisneros Gudiño, debido a que deja de ser párroco de la Iglesia Santa María Estrella del Mar.
Ese sentimiento brota porque se va un humanista como ya no hay en el mundo, que con su palabra pausada y sabia nos convocaba a prestarle nuestra atención y nuestro corazón. Monseñor Cisneros acompañó a Playas durante 11 (cortos) años, en los cuales ayudó a crear una comunidad que considera “excepcional”, pues “expresa los mejores valores y el dinamismo humano más cálido e intenso de la frontera norte de México y de la ciudad de Tijuana”.
Su carta de despedida muestra a un ser humano comprometido con su tiempo: “Cada día he disfrutado de una comunidad en sus más amplias dimensiones y en la riqueza de sus circunstancias diversas. Desde el abismo de los sufrimientos más dolorosos y las más graves injusticias y formas de violencia que hoy sufren tantos hombres y mujeres hasta los momentos de mayor plenitud y alegría. La fiesta de la vida y el duelo de la muerte, los gozos y esperanzas, las penas y fatigas de los hombres”.
En lo personal, voy a extrañarle, pues nos quedamos sin su conocimiento, sapiencia, serenidad, disposición y tranquilidad, que se extendían a quienes asistíamos a sus homilías, nos acercábamos a pedirle un consejo, o platicábamos con él. Pero, monseñor tiene que seguir su camino pastoral y atender una nueva comunidad que se beneficiará de sus dones, sin duda. Es cierto que se va, pero también se queda, cuando afirma “A ustedes pertenezco y con ustedes estaré siempre de corazón y de verdad”.
¡Monseñor Cisneros, gracias por dispensarme su amistad, y por el trato otorgado a mis seres queridos y a un servidor!
Aparecido en la edición 33, correspondiente a septiembre de 2008, de la publicación comunitaria Playas Hoy.
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